La importancia
de los procedimientos técnicos en la historia del arte.
El objeto artístico
y los oficios artísticos.
Introducción:
El principal
objeto de estudio de la historia del arte son las obras de arte, y su objetivo
fundamental consiste en llegar a explicar dichas obras y su evolución a partir
de premisas históricas. La historia del arte pretende, por tanto, realizar una
reconstrucción tan objetiva como sea posible de todos los aspectos que
contribuyan a conocer y comprender la forma y la función original de las obras
de arte, lo que supone, lógicamente, estudiarlas en relación a las
circunstancias en que fueron realizadas.
La historia
del arte considera a las obras de arte, en primer lugar, como un hecho
histórico, cuyas causas, características y efectos pretende reconstruir. Por
ello es una disciplina que forma parte de las llamadas ciencias humanas y
sociales. Esta se diferencia de otras por su área de conocimiento y objeto de
estudio, que son los hechos culturales, mientras que la física, la química y la
biología, por ejemplo, investigan hechos naturales. No ignoramos que la
historia del arte es una disciplina “científica” que a menudo se acoge con
recelo, especialmente por parte del profano y por personas o grupos que se
dedican a las ciencias de la naturaleza o tienen una formación de tipo técnico.
No decimos, por tanto, que el arte sea una ciencia sino que la historia del
arte es una disciplina científica. Partimos de la idea de que el conocimiento
científico es aquel que tiende a la comprensión racional y objetiva de una zona
de la realidad. Ahora bien; cada zona de la realidad requiere un modo
específico de conocimiento racional. Por ejemplo, la fuerza de la gravedad y el
electromagnetismo son tan reales como una escultura de Miguel Ángel pero
constituyen realidades distintas y su estudio exige métodos diferentes. El
carácter científico de una disciplina no radica ni en su objeto de estudio ni
en los métodos que utiliza considerados aisladamente, sino en cierta actitud, y
también en constatar que la adecuación entre su objeto y métodos de
investigación permite avanzar en nuestro conocimiento objetivo, comprobable y
racional de la realidad estudiada.
No se puede negar que gracias a las
investigaciones de varias generaciones, hoy tenemos un conocimiento algo más
complejo de la Antigüedad ,
por ejemplo que el que se tenía en el s. XVIII.
En la historia
del arte la investigación presenta aspectos objetivos y subjetivos. El ideal de
objetividad es un concepto fundamental; no obstante, la objetividad absoluta
alude a una idea de perfección que no aparece al alcance de las posibilidades
de la mente humana. El conocimiento tiende o aspira al conocimiento objetivo y
racional de la realidad. Se trata de una actitud, un ideal. Al estudiar las
obras del pasado el historiador sabe que para interpretarlas correctamente debe
tener en cuanta las circunstancias que condicionaron su producción y una
realidad histórica distinta de la actual. Sin embargo el principal problema
metodológico del historiador, que es su relación con el pasado, no puede
separarse de su relación con el presente. Su interpretación la realiza influido
consciente o inconscientemente por las circunstancias de su propio contexto, y
además, según sus capacidades y a través de sus filtros personales. Esta
pretensión de objetividad contrasta con la actitud del profano. Mientras que el
historiador intenta liberarse, en lo posible, de sus perjuicios personales y de
los valores de su realidad contemporánea para adaptarse a los valores de la
realidad estudiada, el profano, al ignorar que son realidades diversas y que
requieren desciframientos distintos, enjuicia e interpreta las obras desde su
realidad personal, desde los valores de su vida cotidiana. Dicho de otra
manera, no valora los hechos según criterios artísticos, sino a partir de
criterios extra- artísticos. Por lo que a de la aspiración de objetividad
pasamos a la simple manifestación de opiniones y gustos personales
perfectamente respetables pero no científicos.
No todos los
aspectos de la historia del arte permiten el mismo grado de objetividad o la
misma aportación de subjetividad. Por un lado, hay aspectos de tipo histórico-
documental que puede ser perfectamente demostrables, como la localización de fuentes,
dataciones, atribuciones, características técnicas de las obras y otros
aspectos susceptibles de comprobación o experimental. Sin embargo existe otro
aspecto, menos verificable, que el historiador a de superar y es el capitulo de
interpretaciones y valoraciones (no obstante la valoración de las obras es sólo
uno de los muchos aspectos que se estudian en la historia del arte). Pero
también existen obras de arte que permiten e incluso exigen la participación de
la subjetividad y de la libre imaginación del observador para ser completadas e
interpretadas más o menos adecuadamente.
La historia
del arte es una disciplina autónoma en el sentido de que no es un mero apéndice
de la historia general. El historiador del arte es, ante todo, un historiador
pero de los hechos artísticos, cuya peculiar naturaleza y dinámica introducen
unos elementos tan específicos que dan a la disciplina una marcada personalidad
propia. La h del arte, por tanto, es también una ciencia interdisciplinar,
puesto que su objeto de estudio, sus objetivos y sus métodos exigen
conocimientos de otras muchas ramas del saber: historia, filosofía, religión,
mitología, etc.
EL CONCEPTO DE ARTE Y EL VALOR ARTISTICO
No vamos a
poner aquí ninguna nueva “definición” del arte puesto que, como indica Sánchez
Vázquez, más bien andamos sobrados de ellas, ni tampoco vamos a dar, puesto que
no existen, fórmulas mágicas.
El concepto de
arte es variable históricamente, de manera que lo que hoy se considera en
general como “arte” no coincide con lo que se considera como tal en épocas
pasadas. En realidad el término “arte”, surge en el mundo griego y se refiere a
la habilidad o destreza, tanto manual como mental, que requieren o demuestran
ciertas actividades basadas en un conjunto de reglas o normas. Médicos y
carpinteros se citan junto a escultores y pintores, y su “arte” alude a la su
facultad o destreza para producir o hacer algo. Aunque la idea proviene del
pensamiento griego, es en la
Edad Media cuando se institucionaliza la distinción entre
artes liberales y artes mecánicas, se instaura una clara diferenciación entre
las artes intelectuales y “nobles” propias de un hombre libre, y aquellas
consideradas como “innobles” por basarse en un oficio manual y realizado con
esfuerzo físico. La arquitectura y nuestras actuales artes figurativas formaban
parte de las artes mecánicas medievales.
Este
menosprecio por las artes figurativas empezó a cambiar en el Renacimiento,
cuando se reivindica la inspiración y la capacidad de invención del artista, y
al mismo tiempo se instrumentalizan determinados conocimientos científicos con
el fin de defender el carácter liberal, noble e intelectual de ciertas
actividades hasta entonces simple oficios manuales, como la pintura y la
escultura. A mediados del siglo XVIII, en el momento en que se define el
concepto de “bellas artes”, la pintura, la escultura y la arquitectura se
incluyen institucionalmente dentro de este nuevo grupo de artes privilegiadas.
Se excluyen la artesanía y las ciencias, con lo que la amplia diversidad de
actividades que anteriormente abarcaba el “arte” queda limitada a las llamadas
“bellas artes” fundamentalmente orientadas a la producción de “belleza”. No
debemos olvidar, sin embargo, que en le siglo XX las nuevas técnicas y lenguajes
artísticos y la experimentación con nuevos códigos y materiales ha ampliado el
campo artístico mucho más allá de las formas tradicionales.
Estas breves
alusiones históricas muestran la variabilidad del concepto de arte dentro de
nuestra tradición cultural. Precisamente dicha variabilidad es uno de los
problemas que dificultan dar cualquier definición del arte. Destaca otro
aspecto común a toda actividad artística: su artificialidad, su carácter de
producción humana, cultural. El problema, por tanto, puede formularse en otros
términos: de entre los hechos culturales, cuáles son artísticos? El arte,
adelantémoslo, es un hecho social, una categoría sociocultural vinculada a la
evolución de los valores en la historia de la cultura.
Mikel Dufrenne
define la obra de arte como <<todo aquello que es reconocido como tal y
propuesto como tal a nuestro asentimiento>>, y Dino Formaggio nos dice
que <<el arte es todo lo que los hombres llaman arte>>. Ambas
definiciones ponen de manifiesto la imposibilidad de definir el arte
apriorística, normativamente, tan sólo teniendo en cuenta las intenciones del
productor de la obra o las características de ésta. El arte se define
socialmente, y es la sociedad o determinados grupos sociales los que marcan los
límites más o menos institucionales dentro de los cuales ciertas obras o
actividades se consideran artísticas. La historia del arte no es la historia de
unas intenciones condicionadas socioculturalmente, plasmadas y objetivadas en
unas formas materiales y sensibles aceptadas socialmente como “artísticas”.
Advirtamos que la función estética de una obra se delimita socioculturalmente,
y que si dicha función se desarrolla hasta convertirse en una tradición,
implica que ha obtenido un suficiente y continuo consenso social a lo largo de
la historia.
También el
valor que se atribuye a las obras se explica del mismo modo. Los juicios varían
históricamente, entre otras razones porque dependen del sistema de valores
vigente en el momento en que se emiten. La calidad artística no es un valor
intrínseco y propio únicamente de la obra, es decir, algo independiente de
circunstancias externas a ella. Lo que llamamos calidad es una atribución de
valor, algo que no puede separarse ni definirse fuera de las normas,
convenciones, intereses y gustos existentes en el momento en que se producen
las obras y en el contexto desde el cual se interpretan.
En primer
lugar, pues, hay que destacar el relativismo y la variabilidad histórica de los
juicios de valor. Dicho de otro modo, reconocer las fluctuaciones que la propia
historia del arte nos muestra en relación con la valoración o desvaloración de
obras y artistas. También debemos reconocer que ciertos artistas y obras han
mantenido y mantienen una alta estimación sociocultural sin que su importancia
y calidad apenas haya sido puesta en duda.
Antes de
continuar queremos recordar que nos referimos al punto de vista del historiador
del arte, que, como tal intenta valorar las obras con la mayor racionalidad y
objetividad posible. Aún así hemos explicado que los juicios de valor son
variables. Sin embargo, existen algunos aspectos cuyo conocimiento posibilita
una apreciación razonada y bastante objetiva. La idea fundamental es la
contextualización. Al vincular la obra de arte a su contexto, se reconstruye el
marco de referencia que permite explicarla como una solución a ciertos
problemas en determinadas circunstancias, y asimismo valorar su importancia
dentro de la historia del arte. Es necesario, por tanto, situar la obra en el
espacio y en el tiempo. El grado de innovación, de creatividad, de aportación
técnico- lingüística o, simplemente, el grado en que una obra supera
técnicamente, por su belleza, por su capacidad expresiva o por su particular
interpretación de la realidad a otras obras, sólo puede establecerse por
contraste. Enjuiciar la calidad de una obra sin situarla históricamente es
emitir un juicio de vacío. Desde un punto de vista científico, una valoración
que aspire a ser objetiva no puede ignorar los factores que condicionaron su realización,
porque estos factores y no nuestros gustos personales, nos permiten estimar el
valor de lo que hizo el artista.
El grado de
habilidad o capacidad técnica dentro de las normas de determinado estilo o
actividad puede comprobarse, habitualmente, con bastante objetividad. Aunque es
un valor poco apreciado en cierto tipo de obras contemporáneas, la habilidad
técnica es una capacidad necesaria y especialmente valorada en la mayoría de
actividades y épocas que abarca la historia del arte. Todos los estilos poseen
normas y convenciones, y dentro de ellas es fácil comprobar que hay artistas
que resuelven mejor que otros.
Existe un
parámetro de valoración estética que, aunque definido por el pensamiento
griego, aparece constantemente a lo largo de la historia de la estética
occidental: la unidad en la variedad. La teoría de la información ha difundido
unos términos que pueden considerarse equivalentes: orden y complejidad. Ambos
binomios, unidad/ variedad, orden/ y complejidad, reflejan cierta combinación presente
en el mundo físico y en la naturaleza humana. Mukarovsky, por su parte, sitúa
el óptimo valor en el tenso equilibrio entre las convergencias y
contradicciones de la obra, lo que impone al receptor que permanezca y que
vuelva a ella. O dicho de otro modo, es frecuente que las grandes obras de arte
destaquen por su unidad y al mismo tiempo por su complejidad. También es
frecuente, para citar otro aspecto, que aludan a lo que podríamos llamar
valores universales. A menudo tratan, aunque de maneras muy diversas, de
problemas que afectan genéricamente a la condición humana, y poseen un notable
grado de comunicación intercultural y transcronológica. Los “clásicos” poseen
este carácter de apertura y perduración. Su interés radica, fundamentalmente,
en las preguntas que hacen, no en las respuestas que dan.
Aún quedan
algunas cuestiones por plantear. Por ejemplo, quién decide el valor artístico
de las obras? refleja el valor económico de una obra su calidad? El valor
artístico de las obras lo deciden quienes están socialmente legitimados para
ello. El campo del arte, como cualquier otra actividad, tiene sus expertos, sus
especialistas. Son ellos, fundamentalmente, quienes estudian las obras,
establecen los criterios de interpretación y apreciación y, en definitiva,
atribuyen y defienden cierto grado de valor que será más o menos consensuado
por la sociedad. No es extrao, pues, que la valoración de los expertos no suela
coincidir con la del profano en la materia. En consecuencia, en buena parte, de
la estructura social, de la diversidad y desigualdad entre las clases y grupos
sociales existentes, de sus distintos niveles de educación y cultura y de su
diferenciada y particular relación con lo que llamamos arte.
Respondiendo a
la segunda pregunta, no hay que confundir el valor artístico de una obra con su
valor económico. Este último viene determinado por el sistema de mercado y por
la ley de la oferta y la demanda. Su cotización en el mercado no tiene ninguna
relación directa con su valor artístico, con su calidad. Picasso hizo obras
buenas y obras malas, pero incluso las malas, por el mero hecho de llevar su
firma, tendrán un alto precio. Normalmente, quienes utilizan el arte como un
negocio tienden a disimular su verdadero interés recurriendo a la coartada cultural,
o bien tratan de superponer o igualar ambos aspectos buscando legitimar su
actividad. Sin embargo, hay que saber distinguir las dos cosas, puesto que los
factores económicos distorsionan enormemente, sobre todo en la sociedad
contemporánea, los conceptos y valores artísticos reales.
NECESIDAD Y FUNCIONES DEL
ARTE
El arte es
necesario. Existe un argumento irrefutable a favor de esta tesis: siempre se ha
hecho arte. Si el arte fuera un lujo, algo superfluo y contingente, habría sociedades
y épocas históricas en las que no existiría este tipo de producción cultural.
Sin embargo, en todas las sociedades parece haber ciertas actividades y
productos que consideramos artísticos, bien porque se juzgaban como tales en su
contexto original, bien porque, aún a sabiendas que el concepto “arte” es
inexistente en muchas culturas, sus manifestaciones estéticas presentan
importantes analogías.
El arte es una
necesidad social. El hombre en sociedad necesita compartir y comunicarse y,
además, comprender y dominar la realidad para poder transformarla y progresar.
El lenguaje permite al hombre comunicarse y, junto con la inteligencia y el
trabajo, le permiten comprender y transformar la realidad. Por un lado, el arte
es una actividad constructiva, productiva y por otro, un modo peculiar de
comunicación.
Si el arte es
un elemento constitutivo de la realidad social, integrado y activo dentro de
ésta, es lógico que la profecía de la muerte del arte sea una falacia. A
menudo, especialmente en el mundo contemporáneo, se ha profetizado la muerte
del arte, su desaparición. Globalmente, el arte no desaparecerá a menos que
desaparezca la sociedad. Pueden desaparecer determinadas actividades de ser
sustituidas por otras, o simplemente al perder su función social, del mismo
modo que pueden surgir nuevos lenguajes artísticos a partir de ciertos
descubrimientos técnicos. También las actividades artísticas tradicionales
evolucionan y se transforman a través del tiempo, y a veces los cambios en sus
técnicas, formas y funciones, pueden ser tan importantes que parezca romperse
su denominador común y empiece a hablarse de la muerte de cierto tipo de arte.
Las funciones de la pintura románica son muy distintas de las de los cuadros
que cuelgan en las actuales galerías, pero en ambos casos es pintura. Por
tanto, podemos hablar de procesos de transformación, de cambios, de
desapariciones o innovaciones parciales.
El tema de las
funciones del arte está estrechamente unido a su necesidad: ¿para qué sirve el
arte? Las funciones del arte son muy diversas. Si el arte es un medio de
interpretar la realidad y de actuar sobre ella, no cabe duda de que, en cierto
modo, tiene una función práctica, utilitaria. Las pinturas rupestres se
realizaron para influir en la realidad y así poder satisfacer unas necesidades
básicas de supervivencia. La arquitectura y el diseño industrial, por ejemplo,
organizan nuestro espacio, tiempo y existencia cotidiana, e igualmente cumplen
unas funciones prácticas.
En el
pensamiento griego se formuló la idea de que la función básica de la pintura y
la escultura era imitar la naturaleza. Esta idea se convirtió durante siglos en
la principal teoría de las artes. De la imitación de la realidad visible se
pasó, en la Edad Media ,
a la representación de la realidad sobrenatural, y desde el Renacimiento hasta
principios del siglo XX se volvió a la modelo de la naturaleza externa. Aunque
en el arte contemporáneo esta idea ha perdido su anterior vigencia, conviene no
olvidar que durante mucho tiempo el propósito e incluso la valoración de las
artes figurativas fueron aspectos estrechamente vinculados a su capacidad de
imitación.
El arte
también es un soporte o vehículo de ideas, conceptos y valores. Resulta
innegable que el arte tiene una función comunicativa, aunque se trata de una
comunicación de tipo especial. Así, por ejemplo, los cambios que sufren la
valoración de las obras, la apropiación o manipulación de éstas por parte de
ciertos grupos sociales o la censura. Los valores transmitidos pueden ser de
tipo muy diverso: religiosos, políticos, económicos, sociales, culturales, etc.
Dichos valores se manifiestan de una manera explícita y evidente o bien están
presentes de modo implícito o indirecto. Y además de poder hablar directamente
o “entre líneas”, el arte también es capaz de expresar valores reales o
ficticios, o bien reforzar determinada situación o criticarla.
Para
Mukarovsky el arte es el aspecto de la creación humana que se caracteriza por
la supremacía de la función estética. Gombrich nos dice que las actividades o
formas artísticas son aquellas en las que la función estética se desarrolla
hasta convertirse en una tradición. La función estética, por tanto, ocupa un
lugar primordial entre las funciones del arte. En líneas generales, la función
estética es la más alejada de la función práctica. No son excluyentes, pero
cuanto más intensa es la función estética de un objeto, más suele tender a
impedir su empleo práctico. Además de este alejamiento de la función de uso o
utilidad de un objeto, en el aspecto comunicativo la función estética comporta
una desviación de la realidad cotidiana y del modo de comunicación habitual,
hacia el carácter representativo y la apertura semántica. El objeto o la acción
afectados por la función estética atraen la atención sobre sí mismos,
especialmente sobre sus características formales. Por otro lado, a través de
sus cualidades estéticas el arte puede producir el llamado goce o placer
estético. Los defensores del arte por el arte con su culto a la forma y a la
belleza y su rechazo de cualquier función práctica o social del arte,
intentaron reducirlo únicamente a su función estética.
A partir del
romanticismo y de sus consecuencias, se empieza a legitimar socialmente el
hecho de que el arte pueda utilizarse como compensación psicológica. El arte,
por tanto, también puede ser utilizado para desviar, canalizar o sublimar
conflictos, deseos o necesidades personales. Sin embargo, no hay que olvidar
que esta posibilidad sólo se desarrolla en el mundo moderno, en una sociedad que
premia el individualismo y que ha puesto en crisis la función social del arte.
Anteriormente los artistas no pintaban o esculpían sólo para explicar u olvidar
sus problemas personales. Lo hacían, entre otras cosas, porque su trabajo tenía
una clara función social, colectiva, porque servía a los intereses de sus
clientes y de determinados sectores sociales. Ello no excluye, naturalmente,
que dentro de este marco el artista pudiera proyectar aspectos de su
personalidad. Pero sólo el artista moderno tiene la posibilidad de usar le arte
para fines “privados”.
Entre las
diversas funciones del arte, como entre las de cualquier acto humano, existen
tensiones, equilibrios y desequilibrios, jerarquías, etc; es decir, un complejo
juego de interacciones y compensaciones. Normalmente, en la arquitectura y el
diseño industrial predomina, o parece lógico que predominara, la función
práctica, que suele combinarse en mayor o menor grado con valores simbólicos y
estéticos. Los valores religiosos que conlleva la escultura barroca española no
existen en la mayor parte de la escultura contemporánea, y si nos referimos,
por ejemplo, a los monumentos del realismo socialista, tendremos que destacar
su función política. Por otro lado, no hay que olvidar que las funciones de una
misma obra pueden variar a lo largo del tiempo, aunque el historiador del arte
debe saber deslindar las funciones originales. Como vemos, este tema admite
pocas generalizaciones. Sin embargo, una de ellas es que las funciones del arte
se le atribuyen y estabilizan colectivamente. Es decir, ni el objeto o
actividad en sí misma ni los puntos de vista individuales determinan su
utilidad y su papel en la historia.
EL ARTE COMO OBJETO: EL
ARTEFACTO
Definir el
arte como objeto es difícil y complejo. Lo que consideramos objetos artísticos
son hechos sensoriales perceptibles, producidos por la actividad del hombre.
Tales hechos son realizados en materias y soportes a los que las técnicas dan
formas y tal ves a las figuras, con la intención significativa, llamados
objetos artísticos o artefactos. Si entendemos la obra de arte en sentido
amplio, solo cabe una definición válida de lo artístico: arte es todo lo que el
hombre hace, no especificamos si lo hace manual o mecánicamente. La primera
diferencia: lo artístico se diferencia de lo natural, porque el elemento
diferenciador está en la artificialidad. La artificialidad es una cualidad
propia del objeto artístico que lo diferencia del objeto natural. Pero es una
cualidad distinta de la esteticidad. Hay infinidad de hechos, fenómenos y
objetos producidos por un agente natural (fuego, agua, aire, tierra) o por
agentes casuales, que poseen una cualidad estética o bella, pero no pueden
considerarse como artísticos, porque han sido realizados fuera del control
humano intencionado. Son objetos estéticos. Por eso el arte es el producto de
una técnica, de una producción manual o mecánica, de unos procedimientos, y de
unos sistemas. Esto nos llevaría a pensar que cualquier hecho producido
artificialmente por el hombre, es una obra de arte. El labrador que abre un
surco en la tierra, el cirujano que extirpa un riñón aun paciente o el empleado
que empaqueta un objeto, realizarían una obra de arte, a así se refleja en el
lenguaje cotidiano cuando decimos “es un artista”. Por eso, para que un
producto artificial sea artístico, se requiere la artisticidad o cualidad
sobreañadida, intelectual y reflexivamente, sobre la artificialidad. Es decir,
que le producto artificializado, además de servir para algo, tenga la intención
de comunicar algo, sino es pura herramienta. La simple intención de ser
contemplado sensorialmente es suficiente para elevar se pura funcionalidad
instrumental a la categoría de artístico. La obra de arte no puede definirse desde
una determinante teoría de la belleza, porque la belleza no es una categoría
única, sino múltiple, y tiene parámetros diferentes en cada cultura y está en
función de variables antropológicas. La comunicabilidad depende de unos
condicionantes productivos, y otros receptivos. La intencionalidad creativa
depende del artista, la receptiva del promotor, del destinatario, del receptor,
del crítico, del historiador que, a su vez, esta sealada por la misma
funcionalidad o utilidad del objeto: el mensaje comunicado por medio de un
determinado soporte artificiados.
LOS OFICIOS ARTÍSTICOS
El nombre
oficial de algunas instituciones docentes, como el de “Facultad de Bellas
Artes” y el de la “Escuela de Artes y Oficios”, demuestra aún la variada nomenclatura
que han recibido las enseñanzas de las actividades artísticas. Podemos hablar
de Bellas Artes, de artes y oficios, de artes decorativas y ornamentales. Desde
el proyecto artesanal antiguo, en el que cada cual cumplía una función
productiva, el concepto de arte y oficio parece haber estado en contraposición.
Plutarco, al hablar de Pericles en Grecia después del emperador Numa en Roma,
alaba la división de las gentes según sus oficios realizada por estos monarcas.
Con frecuencia se culpa a los renacentistas de haber provocado esta separación
y creado la enemistad entre las artes y los oficios. Cierto que el empeño de
los renacentistas en justificar su manera de hacer, y la clásica división que
hace Alberti en sus escritos entre arquitectura, escultura y pintura, pusieron
las bases para una diferenciación, primero de las tres grandes “bellas artes”
(arquitectura, escultura y pintura), y después entre las artes y oficios. Pero
los renacentistas unifican arte, ciencia y técnica bajo un concepto supremo: la
idea y el diseño. Cualquier oficio o actividad es arte a partir de esos dos
conceptos fundamentales y pese al Paragone, que afecta a las artes mayores y
supone la permanencia de la convicción medieval de que el trabajo intelectual
es superior al trabajo manual o mecánico. Los siglos posteriores, llamados de
la luz, de la razón y de la industria, los que han motivado la “alineación del
arte hasta convertirse en el “arte por el arte”. La ciencia se independiza del
arte y de la industria, que a es a su vez un producto de la ciencia y de la
técnica y creadora de productos de uso y consumo asequibles a todos por su
poder multiplicativo: la industria no podía ser arte, sino, oficio o técnica.
Como consecuencia, la burguesía capitalista, encuentra una disculpa o excusa
para valorar el arte como producto de la autoría y la manualización, primero, y
de la reflexión teórica, después. En todo caso, como una manera de dominar,
controlar y dirigir la ideología a través de un medio: el arte, dejando a las
demás actividades como simples oficios. Esto demuestra perfectamente en ciertas
instituciones oficiales, como las academias, los salones de exposiciones, la crítica
del arte, los museos y las colecciones.
Las academias
o centros de enseñanza del arte, convierten el concepto de lo artístico en algo
normalizado, que se puede transmitir y enseñar, y que atribuye a los objetos
una intemporalidad; al mismo tiempo confirma le valor artístico es algo
inherente y propio de los objetos realizados: nace le arte por el arte y la
creación de los objetos artísticos.
Los salones de
exposiciones parten del principio de que las obras de arte no necesariamente
deben ser realizadas para un lugar previsto, o encargado, ni dirigidas a un
receptor concreto, ni con una finalidad determinada, sino que, como producto
estético, deben confrontarse entre entendidos en arte y compradores. Se inicia
el camino de la distribución comercial: nace le comercio del arte o el arte
como mercancía.
La crítica del
arte, nacida de la anterior institución, busca las normas de enjuiciamiento del
arte, frente a un público, receptor o consumidor: nace el crítico del arte y el
coleccionismo.
Los museos
almacenan los objetos, no ya como exvotos del cultos religiosos o civil,
expresión de una cultura en el rito, la celebración y la fiesta, sino como
piezas válidas en sí mismas por la autoría, la rareza, la singularidad
técnicas, o como objetos documentos históricos de otras épocas: nace el arte
como objeto cultural e histórico.
La estética
nace como ciencia que ha de justificar estos hechos, teorizando la conveniencia
de que haya una ciencia del arte o ciencia del gusto, convertida paulatinamente
en historia del arte.
LA DIVSIÓN DE LAS ARTES:
algunos criterios
Desde la teorización de las artes se ha tendido a
diferenciar tres grandes géneros artísticos o tres categorías de objetos
artísticos: arquitectura, escultura y pintura. Alberti divide así su
tratado o escritos sobre arte. Sobre este esquema se ha construido la
problemática de la división quedando fijados tres grandes géneros llamados
“mayores”, en contraposición a otro gran género de objetos pertenecientes al
campo
de la ornamentación y de los objetos
más o menos útiles, llamados “menores”.
El tema tiene
su importancia, ya que sobre esta distinción de artes mayores y artes menores
se ha construido la práctica pedagógica oficial, que destina las academias de
Bellas Artes a la enseñanza de la arquitectura, la escultura y la pintura y
asignando otros centros al aprendizaje de las artes menores o decorativas:
escuelas de artes y oficios, escuelas de artes aplicadas, escuelas de
decoración, etc. esta separación aún perdura. Y con el peligro aumentado de que
las escuelas de Bellas Artes, elevadas a la categoría de facultades
universitarias, se conviertan en centros teóricos, desplazando a la enseñanza
práctica hacia las escuelas. Todo ello es una consecuencia de la emancipación
de la actividad artística del campo laboral o productivo.
La intención
de redimir las artes ornamentales o decorativas, elevándolas a una categoría
superior, a raíz de los estudios de Riegl, desde finales del siglo XIX, ha
permitido la elaboración de una división que las comprendiera: arquitectura,
plástica (escultura y pintura) y ornamento, como tres géneros universales.
Esta nueva
triparción tampoco es totalmente
convincente, ya que la excesiva tendencia a la simplificación lleva consigo una
reducción elemental. La técnica, la función y la expresión de la obra no pueden
reducirse a la categoría constructiva, figurativa o plástica y a la ornamental.
Las preguntas fundamentales del arte (quién, para qué, cómo y para quién), solo
pueden ser respondidas teniendo en cuenta otros elementos, como son los
materiales, los soportes, las técnicas y los procedimientos.
Las artes
llamadas mayores no pueden explicar suficientemente todos los objetos
artísticos y, en todo caso, sólo pueden ser consideradas como “artes madres” de
las técnicas tradicionales de producción, pero no de los más recientes procedimientos,
donde intervienen materias y técnicas de multiplicación, fotomecánicas o
electromagnéticas.
Además de las
técnicas artísticas consideradas tradicionales, hay que tenerse en cuenta
“otras técnicas artísticas” como los sistemas de impresión, de proyección o de
generación tanto de sonido como de imagen.
Las categorías
semperianas -materia, técnica y finalidad-, desvirtuadas por la reacción de los
formalistas ante la excesiva carga de determinismo que llevaban en la
explicación de las artes, deben ser consideradas de nuevo. Es como tener en
cuenta la techne griega o el fecere medieval, pero incorporando
la tecnología más reciente. También cabe la posibilidad de utilizar otro
criterio más subjetivo, a partir de los medios de percepción sensorial o del
sujeto perceptivo.
Generalmente
se utiliza el criterio de las artes visuales o auditivas, teniendo en cuenta
los dos sentidos humanos considerados tradicionalmente más elevados, con lo
cual quedan relegados los otros sentidos considerados como incapaces de
percibir formas estéticas. Un intento de recuperación de estos fenómenos en el
mundo de las artes nos permite incluir un género artístico no tenido en cuenta
en su clasificación: el arte efímero. Tampoco estamos de acuerdo en la
denominación de artes suntuarias industriales o aplicadas de regusto
decimonónico, para clasificar este catálogo de objetos artísticos tan variado.
La
clasificación debiera hacerse teniendo en cuenta el sistema de producción, los
soportes, las materias, las técnicas y los procedimientos. Se ha de salvar
siempre la interrelación y conexión que se produce y hace que algunas técnicas
aparezcan con carácter mixto. Las técnicas y procedimientos exigen el uso de
unos materiales y soportes que determinan unos instrumentos y herramientas.
Estos
criterios, a partir de los cuales procederemos a dividir y clasificar los
oficios artísticos, eliminan el escollo de las artes mayores y arte menores,
equivalentes a “más artísticas” y menos artísticas”. Hay, además, una serie de
técnicas u oficios artísticos que no configuran objetos de carácter permanente
o perenne: se consumen como arte cuando se consumen como objeto. El arte
efímero no sólo se da en el campo de la arquitectura, la escultura y la
pintura, sino también en el campo de la vida ordinaria: moda, maquillaje,
peinado y otros fenómenos artificiales creados por el hombre con elementos
transitorios y fugaces, como son el fuego, el agua, la iluminación artificial,
que pertenecen a la actividad lúdica y festiva o a la celebración religiosa o
civil. Entre estas artes se hallan las que pudiéramos denominar técnicas del
espectáculo. Las artes efímeras manifiestan, incluso mejor que las perennes, el
mundo simbólico de los pueblos.
CLASIFICACIÓN DE LOS
OFICIOS ARTÍSTICOS.
Proponemos una
clasificación de los oficios artísticos a partir de los sistemas de producción,
de las materias utilizadas, de su configuración sobre el soporte, y las
técnicas y los procedimientos.
Esta
clasificación no presupone ninguna valoración estética ni histórica, ya que le
resultado de la obra está en función de otros elementos, como la creatividad y
el conocimiento y dominio de los materiales, así como de su técnica.
Pero los
oficios artísticos nada serían sin su función. Esta función está señalada en
todas las culturas por el espacio de consumo de los objetos artísticos. Este
espacio de consumo es muy diverso en cada momento, pero está indicado por la
fiesta o la celebración festiva, sea litúrgica, anual, laboral, vocacional o de
ocio.
El objeto
artístico y los oficios artísticos el dibujo: El concepto, la descripción y la
representación. El diseño industrial y el diseño publicitario.
PRIMERAS REPRESENTACIONES
GRÁFICAS
El término
grafía deriva del verbo griego que designa la actividad gráfica tanto en su
modalidad de escritura como de dibujo.
La distinción
entre dibujo y pintura está presente en Grecia, ya en la época clásica y se
mantiene entre los romanos que diferencian pictura
de graphidis vestigia. En los países del Extremo Oriente, China y
Japón, en único término, hua,
designa la pintura, el dibujo y la escritura.
Técnicamente
el dibujo, posee como característica primordial el trazo o la línea, se
diferencia de las demás técnicas por: 1. el soporte, 2. técnica, 3. tiempo de
ejecución y 4. Dimensiones.
Soporte: aunque cualquier superficie plana que presente ciertas
características puede ser utilizada como soporte del dibujo, lo cierto es que
desde tiempos remotos se seleccionaron ciertos materiales adecuados. Entre
ellos, antes del papel, están las tablillas egipcias, láminas lisas, calcáreas
o de terracota, de hojas de papiro y de palma, de tablillas de madera de fácil
impresión y el pergamino.
Técnica: sobre estos soportes la imagen se puede marcar con puntas
afiladas o estiletes, o dibujarse con lápiz, con plumas o plumillas empapadas
en arcilla blanda fluida o en preparados vegetales o minerales. El uso del
color es limitado.
Tiempo de
ejecución: la esencia de la imagen dibujada está en relación directa con la
relativa brevedad de su ejecución. Consideramos discriminante el factor tiempo
teniendo presente que la elaboración intelectual que precede a la transcripción
de la imagen puede ser breve o larga.
Dimensiones: la relativa rapidez del tiempo de ejecución es, proporcional a
las dimensiones generalmente reducidas, del dibujo; considerando aparte los
cartones preparatorios.
La necesidad
de expresarse a través de la imagen nace con el hombre, que atribuyó un
significado mágico a su propia producción artística. En los albores de la
civilización en culturas que no conocían el papel se utilizó cualquier material
que presentase una superficie lisa natural o que pudiese ser pulida con
facilidad. Así hay signos figurativos y no figurativos, trazados en las paredes
rocosas, terrenos o paredes arcillosas, piedrecillas pulidas naturalmente,
huesos, cuerno, marfil, conchitas, madreperla, etc. y más tarde en objetos
elaborados para tal fin en terracota, metal, pieles, esteras y telas. Incluso
los signos trazados en la arena o en la propia epidermis humana, destinados a
desaparecer rápidamente, se pueden considerar como primitivas formas de dibujo.
La técnica más
simple y más antigua en trazar los signos con uno o más dedos en una superficie
blanca. Un ejemplo extraordinario de esta técnica es el techo arcilloso de la
denominada sala de jeroglíficos en la cueva de Pech- Merle (Auriñaciense,
paleolítico superior).
El dibujo en
arcilla, salvo algunas experiencias en el período Magdaleniense cede en seguida
el puesto a las incisiones en paredes rocosas. Las incisiones se practicaron en
guijarros, huesos, cuerno, luego en metales y cerámicas, por medio de
rudimentarias tachuelas de piedras, escamas de piedra dura y finalmente con
puntas metálicas.
La incisión
traza el contorno de la imagen partiendo a menudo de una hendidura o una veta
naturales de la roca. A veces parte del contorno está trazado con los dedos, o
con pinceles rudimentarios. En algunos casos el color sirve para reforzar el
contorno inciso o la incisión se practica sobre la imagen dibujada previamente.
Mientras las figuraciones que se extienden en superficies amplias tienden a
valerse de la plasticidad del relieve o de la fuerza expresiva del color, los
pequeos objetos denominados de arte mobiliar, como el bastón de mando, hebillas
rudimentarias, etc. se siguen trabajando valiéndose de la incisión, pero
también de los grafitos y “lápices”.
Giedion ha
demostrado como la adquisición de una maestría cada vez mayor del contorno fue
la máxima preocupación del arte primitivo. La capacidad de unificar con una
línea continua de contorno de la imagen caracteriza las formas de
representación de culturas históricas como la egipcia, la mesopotámica, la
cretense o la griega. La línea de contorno existe como constante preocupación
de los artistas griegos cualquiera que fuera su técnica de reproducción hasta
el siglo IV a C cuando los grandes pintores plantearon el problema de sugerir
la forma mediante relaciones cromáticas.
Es posible
imaginar lo que fueron la pintura y el dibujo griegos, ya que nos quedan unos
pocos ejemplares de figuraciones incisas en madera, marfil o metal y ninguno en
pergamino (material usado según las fuentes, por Parrasio), a través de la
abundante producción de cerámica que nos ha llegado. Recordemos cómo la
importancia dada al contorno aparece atestiguada ya en época arcaica por el uso
de una línea marcada, obtenida con un instrumento particular, quizá una
espátula. De la cerámica de la época clásica (s. V ac) interesa la del fondo
blanco, donde se trata de reproducir un efecto análogo al del dibujo en madera
blanca o pergamino. En el siglo IV, cuando el interés se centra en el color,
encontramos que la técnica de dibujo se emplea sólo en vasos intencionadamente
arcaizantes, como las ánforas panatenaicas.