La historieta gráfica. Lenguaje y
técnicas de representación.
Los comics son narraciones
ilustradas, estructuradas mediante una sucesión de viñetas en las que se
combinan el texto y el dibujo. La palabra cómic es un anglicismo aceptado
comúnmente, pero sustituible por los vocablos historieta o tebeo. En medios
especializados es frecuente la utilización de otros extranjerismos, que sirven
para designar el origen geográfico de un cómic determinado. Así, el tebeo
francés será la bande dessinée y se habla de los fumetti italianos o, más
recientemente, del manga japonés. Entre los países hispanohablantes, figura
también algún americanismo de fuerte implantación, como los muñequitos, o
comics cubanos.
El cómic es, a la vez, un arte y
una industria. La primera condición deriva de su pertenencia a las artes
plásticas. La segunda, de su inclusión dentro del mercado editorial, del cual
es uno de los más rentables negocios, dada la magnitud de las tiradas y el
margen de beneficio que supone el producto. Esta buena acogida popular de los
tebeos está justificada por el tipo de lector joven que mayoritariamente se
acerca a estas publicaciones.
Historia de los cómics.
La narración obtenida gracias a
la sucesión de imágenes se remonta a formas artísticas y comunicativas como los
jeroglíficos egipcios y los tapices medievales. Sin embargo, es a partir del
siglo XVIII cuando aparecen expresiones realmente cercanas a la historieta,
entre las cuales cabe citar los estandartes usados para el romance de ciego,
las aleluyas más elaboradas, las caricaturas y, sobre todo, los divertidos
relatos en viñetas del precursor suizo Rodolphe Töppfer, autor de Histoire de
M. Jabot (1833). Por esa época, artistas como Albert Robida, Félix Nadar,
Heinrich Hoffman y Wilhelm Busch, creador de los famosos Max und Moritz (1865),
se esmeran en la realización de relatos cómicos que, por sus características,
ya pueden considerarse muy próximos a la moderna historieta. Sobresalen en esta
etapa dos obras del francés Gustave Doré, Les travaux d'Hercule (1847) y la
Histoire pittoresque de la Sainte Russie (1854). También destacan las primeras
publicaciones ilustradas con estas primitivas historietas, caso de Punch (1841)
en Inglaterra o Le Chat Noir (1882) en Francia.
Con el propósito de fijar un
inicio en la trayectoria histórica del tebeo, una mayoría de especialistas ha
querido ver en The yellow kid (1896), del estadounidense Richard F. Outcault,
la primera historieta. En esta obra ya se observan algunos de los rasgos
fundamentales de estas creaciones: la presencia de textos a modo de voz de los
protagonistas, insertos en un globo; el carácter seriado, con un grupo de
personajes como eje narrativo; y la publicación a través de la prensa, pues la
historieta se inscribe en el ámbito de los medios de comunicación de masas. A
lo largo de esta primera edad del cómic aparecen títulos que han logrado la
consideración de clásicos, como Krazy Kat (1910), de George Herriman, y Little
Nemo in Slumberland (1905), de Winsor McCay, ambos muy apreciados por el
movimiento surrealista. Por su lado, Rudolph Dirks hace famosos a dos traviesos
hermanos, The Katzenjammer Kids (1897), de extensa carrera editorial. En todos
estos casos, la popularidad es enorme si se compara con la literatura
convencional. A tal extremo llega su aceptación, que algunos comics empiezan a
ser adaptados al cine, dando lugar a películas como Little Nemo (1911) y
también a una considerable industria de productos derivados, como papel de
cartas o naipes. Son los inicios de lo que más adelante será un negocio de
enorme importancia.
A lo largo de esta primera etapa,
compiten en el mercado de la prensa norteamericana series como Mutt and Jeff
(1907), de Bud Fisher; Thimble Theater (1919), de Elzie Crisler Segar; Bringing
up father (1913), de George McManus; Little Annie Roonie (1927), de Edward
Verdier “Verd”; y Mickey Mouse (1930), de Walt Disney, Ub Iwerks y Win Smith.
El fenómeno comercial pronto encuentra un singular eco en otros países. En
Italia, se publican en Il Corriere dei Piccoli las peripecias de Bilbobul
(1908), de Attilio Mussimo. Louis Forton dibuja Bibi Fricotin (1924) en la
revista francesa Le Petit Illustré. Y en España, aparece el primer número del
semanario infantil TBO (1917), que, entre otros, contará con artistas de la talla
de Opisso y Benejam, iniciando la que será una de las trayectorias editoriales
más largas del cómic español.
La historieta como arte.
El debate sobre la consideración
artística del cómic se inicia en los años 60, coincidiendo con la misma
controversia crítica alrededor del cine. Durante décadas la historieta ha
tenido una valoración exclusivamente industrial, razonándose este planteamiento
con el hecho de que forma parte de las llamadas subliteraturas de consumo, como
la fotonovela o el folletín romántico, destinadas a un público de baja
formación y poco exigente. De hecho, este criterio aún se mantiene en una parte
de la crítica literaria, que considera de escaso mérito los guiones del tebeo,
por lo general sintéticos y poco inspirados. Sólo autores como Hugo Pratt han
logrado trascender, en lo referido a los textos, esa evaluación negativa.
Algo distinto ocurre con el
dibujo del cómic, cuyo diseño sí ha merecido la consideración de arte, pues se
integra en el campo de la pintura. Se da de este modo la paradoja de que el
cómic es a la vez un producto de consumo masivo y, ocasionalmente, un hecho
artístico susceptible de ser apreciado por la crítica más elitista. Sin
embargo, los dibujantes de comics y su entorno han promocionado la
dignificación de sus obras, popularizando el lema que considera a la historieta
una más entre las bellas artes.
Dejando a un lado esta
controversia, lo cierto es que el estilo gráfico de los tebeos se inscribe de
forma inequívoca en la tradición del dibujo con pincel. De ello se deduce que
hay una clara relación entre el trabajo de diversas escuelas de ilustradores de
fines del XIX, enriquecidas por el arte chino y japonés, con el moderno cómic
europeo y norteamericano, que acoge numerosos elementos de la misma procedencia.
Los factores esenciales de esa influencia, luego recogidos por los
historietistas, son la importancia de la línea, la abstracción de las figuras,
la expresividad por encima del realismo y el uso del color al estilo de las
xilografías orientales. Pintores como Gustav Klimt y Egon Schiele, muy
influyentes en numerosos artistas de comics, se beneficiaron de las técnicas
orientales. Tanto el citado Klimt como Alphonse Mucha, Aubrey Beardsley y otros
ilustradores de fines del XIX son un antecedente de gran relevancia en las
creaciones de historietistas como Jeffrey Jones, Michael Kaluta, Barry
Windsor-Smith y P. Craig Russell.
La apropiación de estas técnicas
del dibujo y la pintura por parte de los autores de historietas ha dado
resultados originales en Europa; estos últimos mantienen una línea de
continuidad con pintores y cartelistas de épocas anteriores. No obstante, son
los ilustradores e historietistas de la tendencia llamada línea clara quienes
mejor han cultivado un estilo heredero de los artistas mencionados. Junto a
ellos cabe citar a Milton Caniff, padre del cómic moderno y tributario en su
técnica de creadores como Henri Michaux, pintor belga e introductor en Europa
del uso del pincel al estilo de chinos y japoneses.
Pero, en definitiva, lo relevante
para incluir al cómic en la tradición artística no es el origen de los artistas
o su reconocimiento en una determinada escuela, sino su calidad individual. Por
esa razón, en el moderno mercado del arte no es extraña la cotización de
dibujos originales de historietistas de prestigio. De forma paralela, el estilo
pictórico del pop-art, abanderado por pintores como Andy Warhol, ha asumido la
historieta como uno de sus referentes creativos.
Cómic y sociedad: el lector de cómics.
Por sus características
fundamentales, la historieta suele ofrecerse a un lector escasamente crítico
ante ella, que busca sólo un producto visual de fácil asimilación,
reconfortante y maniqueo, que además tiene una actualidad limitada. Este tipo
de lector, quizá de gran exigencia ante otros formatos, asume que el tebeo, en
su mayor parte, es sintético y circunstancial. Sólo la nostalgia o el afán
coleccionista justifican la relectura de una gran mayoría de las historietas,
una vez pasado su período de vigencia. Esto se pone de manifiesto en el cómic
político y satírico, pero también en el costumbrista. Sólo un número limitado
de historietas de alta calidad gráfica y conceptual resisten el paso del
tiempo, frente a la enorme producción internacional que se olvida, del mismo
modo que cabe olvidar otros productos de la prensa una vez han pasado de
actualidad. Las demás vertientes de la cultura de masas se ven afectadas por el
mismo proceso. Un cómic testimonial como Maus (1972), de Art Spiegelman, puede
ser representativo de toda una corriente de pensamiento, pero no ocurre lo
mismo con muchas otras publicaciones que saturan el mercado internacional.
Un caso aparte es la tira
política, destinada al lector de periódicos, que encuentra en ella un punto de
reflexión válido. Algo parecido sucede con el llamado cómic de autor, cuyo
público, más elitista, encuentra en éste ambiciosas reivindicaciones
ideológicas o artísticas. No obstante, la mayor parte del mercado se nutre de
lectores infantiles o adolescentes, consumidores de productos típicos, como el
cómic de superhéroes, cuyo valor esencial es el entretenimiento.
Explícita o tácitamente, el tebeo
imita la realidad de su tiempo, con el afán de que sus consumidores vean
reflejados en él sus frustraciones y deseos. Los problemas coyunturales de la
sociedad serán, por tanto, materia susceptible de adaptación a la historieta.
Por esa razón, a lo largo de su historia, los momentos más brillantes del cómic
en el terreno comercial suelen coincidir con tiempos de crisis. Por otro lado,
el cambio social también se detecta en la historieta. Por ejemplo, en el uso de
estereotipos sobre los extranjeros, variables según las relaciones
internacionales del momento, o en la predominancia de ciertos héroes, que
defenderán valores coincidentes con el discurso de valores dominante.
La industria del cómic.
El tebeo tiene un valor lúdico,
aparte de su posible consideración artística o el contenido ideológico que su
trama plantee. Se trata de un entretenimiento que atrae a millones de personas
y que tiene, por tanto, una importancia comercial de primer orden. Es un arte
popular, ligado desde sus orígenes a la empresa informativa, que lo asimiló, en
un principio, a sus producciones editoriales: periódicos y revistas. Por esta
razón, se considera a los magnates de la prensa Joseph Pulitzer y William
Randolph Hearst los primeros empresarios del cómic.
Los formatos de historieta
habituales en la prensa informativa son la tira (comic-strip) y la página
dominical (sunday page). Esta última, en muchos casos, se pública por partida
doble, dedicándose tres tiras de viñetas a la historieta principal y dos a la
secundaria, que por ir situada en la cabecera de la página recibe el nombre de
topper. El humor gráfico de los periódicos tiene su formato más común en el chiste
dibujado en una sola viñeta o en la caricatura de figuras de actualidad.
Los comic-books y los cuadernos
apaisados dieron lugar a un nuevo modelo de empresa, dedicada exclusivamente a
la producción de tebeos. Con la sofisticación del mercado a partir de los años
50, se comercializaron nuevos formatos, como el prestige, del tamaño de un
comic-book, pero con tapas duras y un mayor número de páginas. Asimismo, fueron
popularizándose en todo el mundo las revistas de historietas, de contenido
variado, alternando los relatos seriados con los autoconclusivos.
La rentabilidad del negocio
depende de la calidad del producto, pero principalmente de la capacidad de
distribución, pues la venta en las tiendas especializadas se complementa con la
realizada a través del correo y, sobre todo, con la efectuada en los kioscos.
Entre las grandes corporaciones
estadounidenses del mercado del tebeo destacan Marvel Entertainment Group y DC
Comics, en competencia con empresas menores, como Image y Dark Horse. Asimismo,
a lo largo del siglo tienen gran influencia los sindicatos de producción y
distribución de historietas para la prensa, como el King Features Syndicate, el
McNaught Syndicate, el Field Newspapers Syndicate, el Bell Syndicate y el
Publishers Hall Syndicate.
El gran mercado de Japón está
dominado por compañías como Shûeisha y Kôdansha. El cómic franco-belga, el más
poderoso de Europa en lo comercial, se distribuye a través de importantes
editoriales, como Dargaud, Dupuis, Casterman, Glénat y Lombard. El grupo
italiano Bonelli, propiedad del editor Gian Luigi Bonelli, es el más
representativo de su país, gracias a comics de gran tirada, como Dylan Dog,
Martin Mystere, Nathan Never y Tex Willer.
En el caso español, sobresale el
editor Josep Toutain, responsable de varias de las revistas más importantes de
la reciente historieta española. Editoriales como La Cúpula, Ediciones B, Norma
o Planeta comparten el mercado español con otras de capital europeo, tras la
desaparición de notables empresas españolas de comics como Bruguera o la
Editorial Valenciana. En Latinoamérica, corporaciones como la mejicana
Editorial Novaro han publicado tebeos con gran eficacia comercial. En la
historia del cómic argentino destacan editores como Dante Quinterno y empresas
como Columba, Abril, Frontera y Record.
Otra fuente de beneficios
derivada del cómic es la venta de historietas antiguas a los coleccionistas. Se
trata de un negocio muy desarrollado en países como Estados Unidos, donde
existen salas de subastas especializadas y donde determinados ejemplares
alcanzan cifras muy altas en su venta. A partir de este negocio se ha creado un
nuevo tipo de revista, muy cercana en su concepción al catálogo artístico, que
detalla las obras en oferta y los precios de salida con que se subastarán o,
simplemente, el valor por el cual su anterior propietario está dispuesto a
cederlas.
Lenguaje de los cómics.
Mediante la sucesión ordenada de
imágenes, la historieta ofrece al lector acciones y movimientos de los
personajes que en ella intervienen. En este sentido el parentesco con el cine
es muy estrecho, pues se trata de elaborar secuencias determinadas por un
montaje y una planificación. El autor, por tanto, no sólo debe caracterizar
físicamente unas tipologías reconocibles: también ha de saber cómo matizar cada
acción con distintas perspectivas, resaltando determinados movimientos y
encuadrando aquellos detalles que convenga destacar. Ese encuadre, como en el
cine, condiciona el punto de vista del lector, el tipo de plano utilizado y la
profundidad de campo elegida. Como sucede en la fotonovela, el lector será
quien acepte estas convenciones narrativas y viva la ilusión de dinamismo que
este medio expresivo pretende. Mediante los trazos de movimiento o líneas
cinéticas, el autor expresará las evoluciones de un personaje dentro de la
viñeta y la dirección de las mismas. De parecida importancia será la luz,
esencial por sus posibilidades dramáticas.
Las historietas se dividen en
viñetas que, en número de tres o cuatro, consecutivas y colocadas a la misma
altura, darían lugar a una tira. Las tiras suelen ser de tema humorístico,
aunque también hay comics publicados por entregas, a través de la prensa, que
adoptan este formato. Otras historietas pueden publicarse por páginas, hasta
ocupar cuadernillos e incluso libros enteros. Estas posibilidades favorecen una
disposición distinta de las viñetas, con mayores recursos expresivos. En este
caso, no es extraño que las figuras de una determinada viñeta rebasen el
espacio de ésta y se solapen parcialmente en los otros cuadros. De cualquier
modo, lo relevante es que el resultado último ofrezca un buen equilibrio de la
página.
El texto de las viñetas se
incluye en bocadillos, delimitados por un contorno o perigrama que, con forma
de globo, posee un apéndice indicador que señala a qué personaje corresponde el
diálogo en cuestión. La forma de ese contorno es variable y enfatiza en
determinado sentido el texto. Así, un contorno en forma de nube, con el
apéndice a modo de burbujas, significará que el personaje piensa o sueña lo
dicho. Además, en su interior figurará el texto, pero también imágenes
metafóricas o ideogramas, como la bombilla encendida que expresa una idea
repentina o el pollo humeante reflejando el hambre del personaje. En el caso de
textos ajenos al diálogo, correspondientes al narrador, se incluyen en el
interior de cartuchos rectangulares, también llamados cartelas, situados en uno
de los márgenes de la viñeta.
Los ruidos serán apuntados
mediante onomatopeyas, con tipos de letra espectaculares. Dado que el dibujo de
gestos tiene una función narrativa, el artista tendrá que cuidar la gama de
posibilidades expresivas de sus personajes, sea o no realista su estilo. Para
ello recurrirá con frecuencia a la deformación expresiva, que puede desembocar finalmente
en el expresionismo artístico total. Así, los ojos desorbitados expresarán
sorpresa y, si lagrimean, darán idea de tristeza. El dibujante, sometido a los
imperativos de la síntesis narrativa, tampoco elude el uso de estereotipos
sociales o étnicos que favorecen la rápida comprensión de los contenidos por
tratarse de convenciones asumidas de forma generalizada desde los medios de
comunicación de masas.
Técnica de los cómics.
Dado que en la historieta se
narra en imágenes, el primer paso para su realización es la escritura del
guión, que guarda gran semejanza en su estructura con el guión cinematográfico
o televisivo. El cómic no tiene dificultades presupuestarias: es posible
reflejar en viñetas a cientos de personajes o ambientar la acción en escenografías
de ensueño. Pero, claro está, su guión está limitado por las convenciones del
dibujo, de forma que hay asuntos de imposible resolución en imágenes. Ahí
reside el talento del guionista para desarrollar la narración en un espacio
limitado, tanto de viñetas como de páginas. Recurriendo a las convenciones
expresivas propias del lenguaje gráfico, el guionista ha de describir al
dibujante los contenidos de cada viñeta, incluyendo en su caso los diálogos o
textos descriptivos que sean necesarios. Asimismo, ha de establecer una
planificación y un montaje de los cuadros, de modo que la composición final de
las páginas dé como resultado un tebeo dinámico y eficaz.
El dibujante ha de poseer una
preparación pictórica suficiente como para afrontar con éxito todas las
habilidades gráficas propias de este trabajo, desde el carboncillo al lápiz
acuarelado, desde la tinta china al óleo. Sin embargo, el artista de comics no
improvisa sus creaciones; antes al contrario, se documenta previamente en un
archivo gráfico que le proporcionará datos sobre vestuario o localizaciones
paisajísticas, así como también modelos para las posturas humanas o animales
que se dispone a reflejar en sus viñetas. Puede incluso darse el caso de
dibujantes que viajan a los lugares donde han de ambientarse sus relatos, bien
para realizar fotografías de las localizaciones, bien para tomar apuntes de
éstas.
Tras el abocetado y posterior
dibujo a lápiz, llega el momento del entintado, que puede realizarse con
plumilla o pincel, según convenga a la obra. Aunque artistas como Will Eisner
realizan su trabajo sólo con pincel, la dificultad de este recurso recomienda
el uso combinado del mismo con la plumilla o el estilógrafo. A ello cabe añadir
el uso de tramados o habilidades más complejas, como el aerógrafo de tinta.
Caso de recurrir al uso de tonos grises, cabe conseguirlo con aguadas de tinta
china, lapicero difuminado o el citado aerógrafo. Para corregir detalles o
crear efectos, se emplean cuchillas y témpera blanca. Procedimientos pictóricos
como la acuarela son frecuentes en el tebeo a color, aunque no puede hablarse
de un criterio único al respecto. Así, en España, Vicente Segrelles pinta al
óleo El Mercenario (1981), obra de difícil y lenta ejecución. En algún caso,
las técnicas empleadas resultan aún más complejas. El dibujante norteamericano
Richard Corben, cuando realiza la serie de ciencia-ficción Jeremy Brood (1983),
lleva a cabo un complicado proceso para simular el espacio interplanetario
donde comienza esta historieta. Sobre un acetato, emplea pintura acrílica y
témpera, ampliando el resultado sobre papel fotográfico. El argentino Alberto
Breccia recurre al collage en su versión adulta de cuentos como Caperucita Roja
(1980). Más recientemente, autores como el español Rafa Negrete han usado
programas informáticos para enriquecer sus creaciones gráficas.
Las editoriales de comics
recurren a varios sistemas de impresión, dependiendo del alcance de sus
objetivos. Estos sistemas condicionarán en gran medida la técnica empleada por
los dibujantes. Lo más habitual en el mercado del cómic es la impresión a una
tinta, que requiere historietas a tinta china, sin tramas. La presencia de
tramas grises puede incorporarse mediante un procedimiento fotomecánico. En los
comics en color ya es precisa la impresión a dos o cuatro tintas, lo cual
encarece sensiblemente el producto y queda destinado a las historietas con
mejores oportunidades comerciales. En numerosos tebeos, sobre todo en Estados
Unidos, es habitual que cooperen un dibujante a lápiz, un entintador y un
colorista, con el fin de agilizar todo este proceso de elaboración.
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